La Arcadia que nunca estuvo allí

En estos días de inmersión en el pasado, curiosamente, el azar me ha seguido sumergiendo en una peculiar búsqueda del tiempo perdido. Por cosas de la casualidad, la plataforma Murcia en bici me encargó a principios del verano que les hiciera una ruta guiada por las Torres de la huerta, una de las manifestaciones arquitectónicas más interesantes de la huerta murciana. Esto me quedaba más que alejado de mis intereses actuales, pero accedí (no sin ciertos reparos) a realizar el trabajo. Y con la tontería, para preparar bien la ruta, me compré una bici (y otra para womahn) antes del verano y rescaté de la memoria unos años huertanos en los que la bici era el medio de transporte por excelencia.

Hoy hemos realizado la ruta con casi cincuenta personas, y ha sido una experiencia más que agradable. Hemos pasado por algunas de estas torres, muchas de ellas amenzadas de muerte. De entre todas, sin duda, la más bella sigue siendo la de Almodóvar, frente a la que he vivido hasta que dejé la huerta hace casi cuatro años.


Por momentos, mientras transitaba por los carriles de la infancia, me he vuelto a sentir huertano de pura cepa y mi mente se ha poblado de instantes de una Arcadia perdida que, en su momento, no consideré como tal. Durante el tiempo en el que he explicaba cómo los niños robábamos las mandarinas a la condesa de Almodóvar o nos subíamos a los árboles, he visto pasar el tiempo a una velocidad inimaginable. De esto no hace más de veinte años, y, sin embargo, las imágenes llegaban a mi cabeza en blanco y en negro, o en sepia, como las fotografías antiguas, como si el pasado, al alejarse, también perdiese color y viveza.

Hoy, en cierto modo, he vuelto a dotar de color el pasado amarillento. Y de nuevo lo he traído al presente. Ha sido fugaz, apenas unos instantes, como un fogonazo. Pero un fogonazo cargado de experiencias casi tangibles. Ha sido entonces cuando he tenido que trazar puentes entre lo que fui y lo que estoy siendo, entre el niño de origen humilde que, gracias al sacrificio de sus padres, pudo estudiar, y en el ser excesivamente cultural en el que me estoy convirtiendo. Y por un momento, también breve, quizá aún menos que un fogonazo, he sentido envidia de lo que fui.

Luego lo he pensado tranquilamente, y he concluido que, de algún modo, todo aquello configura eso en lo que, día a día, estoy deviniendo. No creo que nada se pierda del todo. Pero, desde luego, las cosas ya no se recuperan de la misma forma. El pasado reaparece en cada evocación. Y cada evocación es, por definición, una construcción. Es así que construímos e inventamos nuestro pasado, siempre desde el presente, pues todo acto de memoria es producto del tiempo que habitamos.

Y tras la filosofía de la historia de Walter Benjamin, el tiempo se ha parado realmente. A lo lejos he visto mi casa, la casa donde viví. Y he seguido pedaleando, sin mirar atrás, como si nada hubiese sucedido. Sin embargo había algo que tiraba de mí hacia atrás, una fuerza extraña de la que aún sigo sin saber si quiero escapar.

Comentarios

  1. He retomado también, hace cosa de un año, la bicicleta. Durante muchos tiempo, en mi infancia, fue mi fiel compañera. Por aquel entonces nunca me separaba de ella. Ahora me he acostumbrado a ir al trabajo en bici siempre que el tiempo me lo permite. Y los fines de semana, como cuando era un niño, me pierdo con ella por senderos olvidados.

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  2. A mis inminentes 32 años, la bicicleta a vuelto a asaltar mis pensamientos. Hay algo esencialmente bello en eso de montar en bici...

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  3. La bici es eso como una moto pero que pesa poco y por más que le aprietes el puño no anda, ¿verdad?

    La última en la que he montado (bici, "me vengo a de referir") fue precisamente la de Athena/Womahn en Alfonso X la tarde que preparamos el hasta ahora inédito Maraton 2008... y no descarto bajarme alguna vez la bici a Murcia desde casa de mi padre y empezar a seguir esas rutas huertanas a las que me has transportado en un momento, querido mahn.

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