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Comunión

Ayer fue la misa funeral por mi madre. De nuevo, se abrieron las heridas que, aunque muy poco a poco, parecían comenzar a dejar de sangrar. Para colmo, al cura se le ocurrió que uno de los hijos, en representación de la familia, dijese unas palabras al final de la celebración. Como siempre, me tocó a mí improvisar y pasar el mal rato. No dije nada sobre mi madre. Todos nosotros sabemos y tenemos claro el lugar que ocupa. No creo en los panegíricos. Por tal razón, en lugar de eso, decidí simplemente agradecer a todos los asistentes el apoyo mostrado en estos momentos. Agradecimiento que hago extensivo ahora a todos los que estos días habéis estado ahí ofreciendo vuestro aliento cuando el camino se hace más duro.

La verdad es que, entre las muchas cosas que estos días se me han pasado por la cabeza, he reflexionado mucho sobre la conveniencia de estos actos públicos donde se hace patente el sufrimiento. Es cierto que, a veces, uno no tiene gana de ver a nadie y prefiere sentir el dolor en soledad. Pero esta semana, contrariamente a lo que había pensado en un primer momento, me he sentido aliviado con el apoyo de los demás. Un apoyo que aprecié desde el primer momento, y que hizo que lugares de muerte como el tanatorio o el propio cementerio se transformasen por momentos en lugares de vida.

Es extraño, pero estos actos de dolor, más que afirmaciones de la muerte, pueden ser entendidos como manifestaciones de la vida, que es lo que nos queda. En el tanatorio, por ejemplo, por un lado está la muerte: el cuerpo fallecido que ha roto su vínculo con la vida. Es la muerte la que nos convoca, es cierto. Sin embargo, lo que allí tiene lugar es una afirmación rotunda de la vida. El “aliento” del otro irrumpe como un soplo vital que contrarresta la evidencia encerrada en el cadáver. Frente a éste, el otro ofrece su cuerpo como un receptáculo de la vida. Vida que se hace presente en él por encima de cualquier otra cosa. Vida dolorosa, pero vida al fin y al cabo.

Tiene lugar allí también otra afirmación de la vida que no es sólo la vida del respirar, sino la vida de la comunidad, esa vida que va más allá de la existencia individual. Más que en ningún otro momento, durante estos días he tomado consciencia de que habitamos una existencia compartida, una vida que desborda los límites del yo. Una vida en el otro. La condolencia, el pesar del otro, el acompañamiento, ha puesto de manifiesto esa singularidad plural del ser de la que habla Jean-Luc Nancy. Es en estos momentos cuando uno se da cuenta de que ha-sido-en-el-que-se-ha-ido, pero también ahora, y precisamente por eso, uno es consicente de que es-en-el-otro-que-queda, es-con-el-otro-ahí-presente.

Quizá eso nos pueda servir de consuelo, sentirnos parte de algo mas grande, algo con lo que, a veces, ni siquiera podemos convivir, pero que llegado el momento, se muestra en toda su grandeza. Algo que, aun a riesgo de equivocarnos, podríamos denominar humanidad.

Comentarios

  1. Los que estuvimos en el funeral y, a sabiendas que la herida de solo una semana se volvería abrir, éramos conscientes del acto, conscientes que la burbuja emocional atrapada en nuestro pecho, se volvería a romper, como así fue. En un lugar apartado del Templo, lejos de todo, volvimos a masticar el dolor de la pérdida de la única hermana perdida, aunque parezca mentira fue reconfortante.
    Me hubiera gustado ser creyente como las buenas gentes que me rodeaban, creer en las palabras del sacerdote, cuando prometía la resurrección de la carne, confiar en que algún día volveríamos a encontrarnos todos, felices y contentos a la diestra del Supremo, pero lo siento, las palabras del buen cura no atravesaban esa coraza del intelecto pragmático que sin buscarlo anida en mi desde hace bastante años.
    En tu blog se han dichos cosas sencillas y bonitas por parte de amigos y gentes de tu sangre, me quedo con “Tanto quiero a tu madre como para reverdecer con su recuerdo” y “Se ha quedado con un trocito de mi corazón, nunca olvidare todos esos momentos tan felices me hizo vivir esa ternura que me hizo sentir muchas veces en mi vida”
    Es el mejor a nuestra madre.
    juanitagonzalezdios

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  2. Miguel Ángel, finalmente no pude asistir al funeral, y espero q puedas perdonarme por no poder ofrecerte en persona todo el apoyo y el consuelo que te mereces y que, a pesar de la envidiable entereza que estás mostrando estos días, seguramente necesitas. Son admirables todas tu reflexiones sobre la muerte, y más en este caso, en que rememoras a un ser tan querido como es una madre. Estoy convencido de que ella, antes de irse al cielo, era muy consciente del pedazo de hijo que tenía. Aunque suene muy manido, me tienes a tu disposición para lo que necesites. Una fuerte abrazo a toda la familia.

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  3. Esa comunión es la que nos hace infinitos, la que nos hace un todo, la que nos hace eternos.

    Era mi intención haberte acompañado, pero el trabajo, el tráfico y la Operación Salida frustraron mi intento cuando a las 7:45 apenas había atravesado Beniaján tras una hora en el coche y la procesión de automóviles hacía que el mío fuera un penitente más (sí, hijo, iba en coche, la moto se pincha cuando más la necesitas).

    En cualquier caso te imaginarás que aun en la distancia, mis pensamientos estaban contigo en ese momento, y mis mejores deseos de que pronto el dolor sea al menos soportable.

    Un fuerte abrazo.

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