VIERNES 21 / Mezcal
Te levantas tarde en Madrid. Querrías haber
aprovechado la mañana para visitar galerías, librerías o cualquier cosa, pero
la noche pasada fue demasiado larga y prefieres descansar un poco en la casa y
escribir durante unas horas.
A las tres L. ha reservado en un restaurante
mexicano de moda. Después de cien llamadas ha conseguido mesa. Es una
experiencia extraordinaria. El tuétano a la brasa y el mezcal con que lo
acompañas crees que es lo mejor que has comido nunca. Casi te emocionas. O
quizá sea el picante del chile, que te nubla la vista y te llena los ojos de
lágrimas.
Hasta arriba de mezcal os encontráis con M. para
visitar JustMad, la feria alternativa de Arte. Todo es muy cool, sobre todo en
la zona chill out. DJ, césped, barbas, gafas de pasta. Desde allí, salís para
la New Gallery. Allí hay una performance en la que unos bailarines siguen la
estructura de una cuerda. Demasiada gente. Tú eres de los más altos. Intentas
grabar algo levantando tu iPad y al minuto te das cuenta de que más de
cincuenta personas detrás de ti están contemplando la acción a través de la
pantalla. Sostienes la tablet todo lo que puedes hasta que se te cansan los
brazos.
Con M. y con tus compañeras de 1er Escalón salís
para ver una exposición en el salón de una casa. Está al lado, dice A. Y
tardáis más de cuarenta minutos andando. Llegas reventado y con la boca seca
Cenáis con L. y J. y vais a la “fiesta” de Jägermeister
en Chicote. Sólo pillas un chupito y el resto lo tienes que pagar tú. Los
gin-tonics son caros. Enseguida se llena de gente del mundo del arte. Un chico
venezolano te pregunta si eres escritor y dices que a veces. Entonces te dice
si te importaría que le firmaras tu libro, que lo está leyendo y lo lleva allí.
Te quedas sorprendido. Y te alegra la noche. Seguís un poco más en un bar que huele
a lejía y el último gin-tonic acaba por matarte del todo. Cuando te acuestas
todo te da vueltas y, en una de ellas, casi caes en el lado de M.
SÁBADO
22 / Imodaba
Te despiertas antes de la cuenta. Estáis todos mal.
Sin prisa salís para ARCO. Hoy es sábado y quizá tengas la suerte de poder ver
algo más y no encontrarte a mucha gente. Pero ARCO parece la calle Trapería un
sábado por la tarde. Te encuentras allí a media Murcia. Alumnos, amigos,
conocidos, vecinos, familiares. Y a todos ellos se suma la gente que no sabías
que conocías. Tus amigos virtuales. A muchos de ellos no los reconoces, pero se
dirigen a ti con complicidad. Miguel Ángel, ¿qué tal? Te paras y piensas un
poco. ¿De Facebook, de Twitter? Te das cuenta de que el look con la gorra y con
la barba es inconfundible. Hay personas que saben quién eres sin que tú sepas
quiénes son. Por un momento eso te da miedo.
Conforme avanza la tarde las piernas empiezan a
flaquear y comienzas a notar el cansancio. A las siete y media le dices a M.
que con lo que habéis visto ya se ha hecho una idea de lo que es ARCO y que
sería mejor regresar a casa. Allí encontráis a L. tendido en la cama. Acaba de
llegar de celebrar la firma del contrato de su novela con V. Habías pensado
salir esta noche para seguir celebrando cosas pero decidís que ha llegado el
momento de frenar. Estáis muertos. Los tres. Así que pensáis que lo mejor es
cenar cerca y volver a casa. Habéis quedado allí con I., T., S. y C. para tomar
unas copas y salir después –aunque vosotros sepáis que lo vuestro va a ser
breve–. La cosa se complica. La cena os sienta fatal. El lugar huele a
fritanga. Casi os da náuseas. A M. le duele el ojo, a ti el estómago y L. ya no
siente nada. Sin embargo, cuando llegan los demás bajáis a la especie de sótano
que tiene la casa que habéis alquilado, ponéis música y comenzáis a beber. A
las cinco de la mañana os dais cuenta de que ya no queda nada en las botellas.
Habéis pasado la noche viendo vídeos de Youtube y riéndoos como hacía mucho tiempo.
Uno de los vídeos se te queda en la cabeza: la mujer mayor que dice “imodaba,
imodaba, imodaba”. Te duele el estómago de tanto reír. Casi no puedes subir la
escalera. Los despides en la puerta como si se fueran a la guerra.
DOMINGO
23 / Resistir
Los cuerpos tienen una resistencia. El vuestro ha
tocado techo. Te levantas como puedes, con el estómago dolorido, pero con la
sonrisa en la boca. A las once y media has quedado con D. para que te devuelva
el coche y poder llevarlo a un parking antes de regresar. Después de dar varias
vueltas por Madrid sin GPS lo dejas en el primero que encuentras. Llegas
andando a La Central y, antes de desayunar, compras algunos libros que
necesitabas.
Salís de Madrid a las dos. Se va con vosotros N.,
que os ayuda a encontrar la entrada al parking. El viaje va a ser largo. Sin
embargo, por arte de magia, una vez montado en el coche vuelves a la
normalidad. El cansancio, el malestar y el sueño se transforman en neutralidad.
Probablemente la tensión hace que todo se pase por un momento. A las siete y
media estáis en Murcia. Has conducido todo el rato y crees que no estás
cansado.
Cuando llegas a casa, R. no está. Su madrina está en
el hospital y ella está con su madre. Cenas unas naranjas –no has comido fruta
en cinco días– y notas que el cansancio comienza a llegar paulatinamente. Pero
no es momento para dormir y desfallecer. En la tele ponen el Murcia –no te ha
dado tiempo de llegar al estadio– y lo ves empatar con el líder. Mientras,
contestas varios mails. Y luego, retomas la lectura de Iris, la novela de Edmundo Paz Soldán que presentas mañana y en la
que apenas has tenido tiempo de sumergirte. Intentas leer algunas páginas
mientras llega R. Pero el sueño te vence.
LUNES
24 / Iris
Te levantas temprano para seguir con la lectura de Iris. Logras meterte en el cuerpo
doscientas páginas de un tirón. Te ha costado trabajo entrar en el mundo
distópico de ese planeta del futuro, pero cuando lo has hecho te ha seducido
con sus reflexiones sobre la tecnología y los modos en los que el futuro y lo
primitivo acaban dándose la mano. Como puedes, preparas la intervención. Luego,
en la mesa, hablas del lenguaje, del cruce de tiempos, del imaginario de la
ciencia ficción y del potencial político de la novela.
Después de la presentación, te quedas a la lectura
de los cuentos de Edmundo en el Zalacaín. Los descubres allí. Son tremendos,
lúcidos, enigmáticos y de gran potencia narrativa. Agradeces haber tenido la
oportunidad de escucharlo y volver a hablar con él, aunque haya sido tan breve.
MARTES
25 / Demasiadas cosas
Asistes temprano a la conferencia que Paz Soldán
imparte sobre la ciencia ficción en la tradición latinoamericana. Aprendes.
Apuntas nombres y referencias. Casi sin tiempo para tomar un café, comienzas tu
clase de Últimas tendencias. Cuando llegas a las imágenes casi pornográficas de
Jeff Koons e Illona Staller algunos alumnos comienzan a indignarse. Hay
demasiadas preguntas en el aire. ¿Dónde están las fronteras entre una cosa y la
otra? ¿Qué es arte y qué es pornografía? El debate se alarga y no llegáis a
demasiadas conclusiones
Antes de llegar a casa pasas por el casillero de la
Facultad y encuentras una sorpresa que te alegra la mañana, una copia firmada
del libro de Vila-Matas. Ya habías comprado uno, pero no importa. Un detalle
encomiable del escritor que más admiras.
Por la tarde, participas en el cine fórum de los
chicos de AHARMUR en la Puerta Falsa.
Improvisas al piano sobre unos fragmentos de Berlín, sinfonía de una ciudad. Son quince minutos. Haces lo que
puedes. Ni siquiera has podido ensayar nada. Sólo la has visto una vez para ver
dónde empieza y dónde acaba. Sin embargo, no sale del todo mal.
Cuando vuelves a casa, te das cuenta de que esto se
está saliendo de madre. Son ya demasiadas cosas a las que te prestas. Debes
decir que no, debes decir que no, debes decir que no. Pero no sabes cómo hacerlo.
Crees que quizá tenga que ver con alguna oscura pulsión masoquista que te
arrastra a esta hiperactividad, a vivir varias vidas en una, a intentar
abarcarlo todo, sin apretar en ningún lugar, sin profundizar en nada. Oficial
de mucho, maestro de nada. Eso es lo que eres. Y ya ni siquiera oficial.
MIÉRCOLES
26 / Cierras los ojos
A los dos minutos de levantarte, recibes un correo desde
Colombia. La revisión de la traducción del libro de Mieke Bal que te
comprometiste a hacer debe ser enviada. Es el correo que más habías temido. En
un momento de generosidad –y de no saber decir que no– te ofreciste a echar un
ojo a la traducción de su libro sobre Doris Salcedo. Pero la cosa acaba siendo
más difícil de la cuenta. Te ha llevado ya varios días. Y tienes un plazo de
dos semanas para entregarlo. Te das cuenta de que estas dos próximas semanas sólo
vas a poder dedicarte a eso.
Por la tarde, cuando llega R., hacéis el amor. Desde
que volviste de Arco no habíais tenido un minuto. Y no puede pasar más tiempo.
Lo haces con tanta intensidad que justo al final te da un tirón en la parte de
atrás del muslo. Intentas seguir hasta el final y el dolor y el placer se
confunden de tal manera que ya no sabes donde acaba uno y empieza el otro. Cuando
terminas tienes que levantarte y comenzar a estirar. Tanto andar estos días ha
mermado tus piernas. Te da por reírte. El dolor ya no se te va en todo el día.
A las ocho, reunión de la comunidad de vecinos. Eres
el presidente. Hay que subir la cuota. Hay que ingresar dinero en la cuenta.
Hay que negociar el mantenimiento del ascensor. Hay que, hay que, hay que.
Demasiadas cosas. Quisieras dejar el cargo.
Justo después, ves el Madrid contra el Shalke.
Sublime. Lo que hacen estos seres con el balón es arte. No hay ningún tipo de
duda.
Antes de dormir, un poco más de Vila-Matas. Subrayas
prácticamente cada página. Es magistral. Su visita a Kassel. Te das cuenta de
que el arte viene de donde menos te lo esperas, que no puedes escapar de él,
por mucho que quieras. Cuando apagas la luz aún te duele el muslo. R. duerme
tranquila a tu lado. Besas su frente. Cierras los ojos.
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