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Mostrando entradas de diciembre, 2006

Para acabar el año

Acaba el 2006 y no puedo sino pensar en un aforismo de Cioran: "sólo nos importa lo que no hemos realizado, lo que no podíamos realizar, de manera que de una vida no retenemos más que lo que ella no ha sido". Es cierto que en este año mucho es lo que no ha sido, más de lo que puedo llegar a imaginarme. Pero no es menos cierto que, aunque le pese a mi derrotismo melancólico, del año que se va extraigo quizá la lección más preciada: saber morir. O lo que es lo mismo, entender la vida en la justa distancia, saborear la plenitud de los instantes robados al devenir, conscientes de que son sólo eso, brechas en algo que se acaba a cada momento. Si algo le pido al 2007 es que nos permita vivir en la herida del tiempo.

Escritura

He comprobado que nadie, excepto dos o tres amigos, lee mi blog. En lugar de preocuparme, esto me ha producido un enorme interés, ya que la paradoja es evidente: una escritura pública que se mantiene privada. Aparte de esto, me he dado cuenta de que mis hábitos de escritura están cambiando por completo. Desde siempre suelo escribir a menudo, pero nunca con tanta compulsión como ahora. Además, desde hace dos días, lo hago directamente en el blog, sin necesidad de pasar por mi amado y literario cuaderno moleskine. Y creo que esto se debe a una suerte de excitación producida por el hecho de escribir donde todo es visto, y al mismo tiempo invisible. Escribir en la invisibilidad de lo hipervisible. Bien pensado, esto cambia por completo el modelo de escritura de Occidente. La intimidad se retuerce sobre sí misma y queda a la vista, pero su visibilidad no la desvela del todo, porque sigue permaneciendo, de algún modo, oculta.

Sueño

En ocasiones sueña que está muerto. Se ve, amortajado a la antigua usanza, acostado en su cama y vestido con el traje de boda. Al principio, nunca hay nadie en la habitación, y piensa que está dormido. Pero enseguida comienzan a entrar hermanos, familiares, amigos y hasta un conductor de autobús; todos, excepto el conductor, vestidos de ceremonia. Los visitantes se quedan en la habitación, alrededor de la cama, mirándolo con rostros inexpresivos, como si no supieran qué están haciendo allí. Al final entra su mujer, vestida de novia, y, también con gesto neutro, se encarama sobre él para besar sus labios. Pero el beso es tan aséptico y frío que no puede soportarlo. Y es en ése momento cuando despierta, sobrecogido por la situación. Entonces observa que sigue estando en su cama y vestido de boda. Pero ya no hay nadie para besarle.

El punto ciego de la "psoeidología"

Hace unos días, la ministra Narbona sugirió la posibilidad de no matar a los toros durante la corrida. Sus palabras han hecho resurgir el debate en torno a la tauromaquía y su incoherencia dentro de una sociedad que se pretende progresista. Pero, más allá de eso, la contundente reacción del gobierno y sectores afines, ha puesto de manifiesto un punto de inconsistencia manifiesta en el discurso político de cierta izquierda española, realmente inconsecuente. Esto me ha conducido a escribir un pequeño texto de opinión publicado por diario murciano "La verdad" y posteado en la bitácora de "Ciudadanos para el Progreso". El argumento de fondo que defiendo está inspirado en la crítica de la ideología llevada a cabo por Zizek, Laclau o Mouffe. Leer el artículo.

Pasiones de lo Real

[Introducción al libro La so(m)bra de lo Real: el arte como vomitorio. Valencia, Alfons el Magnànim, 2006, pp. 9-23] En 1995, Lars von Trier y Thomas Vinterberg formulaban una suerte de Voto de Castidad respecto al cine espectáculo con el manifiesto Dogma95, un decálogo cuya la idea rectora era: “Para Dogma95 el cine no es ilusión” (1). A la manera de una vuelta de tuerca a la Nouvelle vague francesa, el manifiesto establecía una serie de reglas indiscutibles: escenarios naturales, sonido real, cámara en mano o al hombro (“la película no sucederá donde esté la cámara; el rodaje tendrá que realizarse donde suceda la película”), colores reales, sin filtros o retoques de cualquier tipo, nada de efectos especiales, ni de alteraciones espacio-temporales (“la película ocurre aquí y ahora”), nada de cine de género, formato de 35 mm y eliminación del director de los títulos de crédito. Con este manifiesto, Trier y Vinterberg deseaban una “vuelta a la realidad” que sacara al cine de las convenc

Distancia, pues. Y nada más

"Habitar la distancia" es una de las metáforas más sabiamente utilizadas por Heidegger. Habitar el espacio entre el aquí y el allá. Habitar el no espacio existente entre dos lugares. Estar aquí pero sabiéndose finito. Adelantando la distancia. Esto es, adelantando la muerte. Escribir ahora en este blog parece semejante. Escribir la distancia. En la distancia entre la pantalla y el lugar en el que está escrito. Escribir en un lugar que no puede ser formulado. Un lugar que no cabe en la enunciación: un no(ha)lugar. Desde un aquí que se pierde en cada letra, en cada pulsación del teclado. Desde un aquí que se transforma a cada segundo. Que se transforma en una distancia insalvable. No ya lejos, ni cerca, ni más allá o más acá. No ya en un lugar conocido. No ya en algún lugar que buscar. No. En un aquí que se pierde en un todo-ninguna-parte, en un en-cualquier-lugar-menos-en-un-lugar. Es desde ahí que escribimos hoy. Tal es la escritura-blog. Una revolución, podría pensarse. Pero

Soberbia

No soy yo el que escribe. Miro a la estantería. Y allí me encuentro escondido, agazapado entre pilas de papel. No soy yo el que escribe. Debo recocerlo. Apenas un ventrílocuo. Por desorden de memoria, y cerrando los ojos: Lacan, Blanchot, Cioran, Bernhard, Beckett, Manganelli, Calvino, Borges, Zizek, Vila-Matas, Berger, Bataille, Baudrillard, Virilio, Debord, Krauss, Foster, Handke, Perec, Auster, Azúa, Baudelaire, Mallarmé, Proust, Bergson, Deleuze, Derrida, Nancy, Bryson, Bal, Bhabha, Jay, Crary, Silverman, Brea, Didi-Huberman, Wajcman, Sartre, Rovatti, Bodei, Recalcati, Vattimo, Godard, Badiou, Serres, Kundera, Laclau, Freud, Celan, Benjamin. Algún que otro olvido deliberado. Maldita soberbia de la palabra.

Demasiado tarde

"Todo es demasiado tarde", dice Cioran. Todo. Esto también. Demasiado tarde. ¿Volver atrás? Demasiado tarde. ¿Recuperar lo perdido? Demasiado tarde. ¿Decirte lo que quisiste oir? Demasiado tarde. ¿Escribir lo que soñaste leer? Demasiado tarde. ¿Añorarte? Siempre hay tiempo para una so(m)bra.

Hay una pistola apuntando a mi sien izquierda

Hay una pistola apuntando a mi sien izquierda y no puedo parar de escribir. Un hombre vestido de negro me apunta con una pistola a la cabeza y me ordena que siga escribiendo, escribiendo sin parar, porque, de lo contrario, disparará. Ésta es la situación: me dice que lo primero que tengo que hacer es dejar clara la situación, que todos sepan lo que está ocurriendo, o lo que ha ocurrido, puesto que, cuando lean estas líneas, seguramente habrá ocurrido. Es la situación. No sé cómo ha entrado en la habitación. No he escuchado ningún ruido, ni siquiera he visto su reflejo en el cristal de la ventana frente a la que escribo. Ésta es la situación: está detrás de mí, de pie, con una pistola que me oprime la sien izquierda con tal presión que parece un cuchillo que quisiera clavarse en mi cerebro. Es la situación. El hombre que viste de negro está detrás de mí y yo no veo su reflejo en mi ventana. Sólo me veo a mí: yo solo en la habitación. Yo y una pistola que me estruja la sien. No se refle

La otra historia del minotauro

Algún día contaré la verdadera historia del laberinto. En la historia que siempre se repite, el Minotauro es el monstruo que habita el laberinto, hijo de Pasífae y un toro. De un dios transformado toro. De un dios y una mortal. Un héroe, por tanto. Recluido por el rey para que nadie fuese testigo de la infidelidad de su esposa. Allí el Minotauro sobrevive alimentándose de los jóvenes que le eran entregados como tributo al rey. Y así sucede hasta la llegada de Teseo, enamorado de Ariadna, que consigue dar muerte al monstruo y después salir siguiendo el ovillo de hilo que lo conduce a la luz. Ésta es la historia que se repite. La heterodoxa. La que todo el mundo sabe. Pero es la falsa historia. No es la que me gustaría contar a contar. En mi historia el Mintauro es un habitante y Teseo un profanador. Teseo es el asesino que altera la paz del laberinto. El verdugo que intenta dar muerte al Minotauro. Aquel que rompe el equilibrio perfecto de la naturaleza, el que introduce la violencia, e

El padre de Thomas Bernhard

Aún recuerdo aquella noche como la más larga de mi vida. La más larga y la más amarga. La noche en que vi morir a mi padre. O mejor, la noche en que “sentí” morir a mi padre. Y escribo “sentir” porque aquella noche tuve su mano cogida hasta el último momento. Él sufría, pero en ese último momento agarró con fuerza mi mano como si fuese lo único capaz de asirlo a la vida. Decían que estaba inconsciente, que ya no sentía nada, que sólo era cuerpo, que ya nada humano quedaba en él. Sólo cuerpo, carne y sangre: órganos que poco a poco dejaban de funcionar. Y a pesar de todo se aferraba a la vida, o a lo que él, en su ser-cuerpo, pensaba, o sentía, que era la vida: mi mano. Yo sentía con fuerza cómo apretaban sus dedos, y me parecía entonces que mi mano era un ancla, un último amarre que evitaba su partida. Pero ese anclaje, pienso ahora, lejos de sostenerse en tierra firme, lo hacía un fango movedizo, en el lodazal de mi perversión. Y es que en esos momentos yo no era tierra firme. No es

Todo vale. ¿Y qué?

Un antiguo alumno me pide un artículo que escribí hace algún tiempo en una revista electrónica que ha desaparecido. Se trata de un texto sobre la idea del "todo vale" en arte. Aunque es antiguo, como ya no está en la web y, en cierto modo, todavía sigue vigente, lo posteo aquí para que no se pierda: El caso Mike Nedo o sobre cómo cualquier cosa puede ser una obra de arte pero eso es lo de menos [Publicado en Teleskop, nº1, octubre de 2003] El 21 de enero de 2003, dos jóvenes entraron en el museo Guggenheim de Bilbao y, sin que los sistemas de seguridad dieran alarma alguna, en la sala en la que se exhibe la colección permanente, colgaron un cuadro titulado Torbellino de amor. Allí se quedó durante cinco horas, y el público pudo contemplarlo a sus anchas hasta que a alguien le llamó la atención y los responsables del museo decidieron retirarlo. La pieza tenía unas dimensiones de 50 por 40 centímetros y mostraba el dibujo lineal de un corazón que se expande en espiral. Junto al

La visión pulverizada

LA VISIÓN PULVERIZADA [Introducción al libro El archivo escotómico de la modernidad. Pequeños pasos para una cartografía de la visión , Alcobendas: Ayuntamiento de Alcobendas, 2007]. Hay una célebre fotografía de Man Ray, tomada en 1920, que presenta el Gran vidrio, la obra maestra de Marcel Duchamp, cubierta de polvo. Tras seis meses de inactividad, en los que Duchamp se dedicó intensivamente al ajedrez, una gran capa de polvo se había posado sobre el Gran vidrio, que el artista había guardado horizontalmente sobre dos caballetes. Un día, Man Ray se presentó en el estudio de Duchamp con una cámara panorámica y, sólo con la iluminación de una bombilla desnuda, realizó una fotografía de larga exposición del panel inferior [1]. La obra fue titulada por Duchamp Élevage de poussière , que podría traducirse como “criadero” o “cultivo” de polvo, si bien en francés el término “élever” significa también “elevar” o “levantar”. La imagen de Man Ray presenta el Gran vidrio en primer plano, un